Recuerdo que en 2006 pasé la Nochebuena en un recinto penitenciario. Allí comprobé que por más grande que sea la adversidad en que uno vive, aún en un lugar tan ingrato como una prisión, nunca es tarde para buscar un mundo mejor y nuevo, si en el empeño se pone coraje y esperanza.
Fue el penal de Mujeres de Chorrillos –antes Santa Mónica– que albergaba mujeres de todas las edades y nacionalidades.
Ellas
purgaban penas por diversos delitos y confrontaban conflictos
emocionales, donde cada quien cargaba una historia diferente, un drama
propio, pero también alimentaban esperanzas e ilusiones por una nueva
vida.
Pese a los muros de cemento, alambres de
púas, rejas y puertas de fierro, aquel 24 de diciembre el patio
principal del recinto se vistió de gala y el calor humano encendió los
corazones de más de mil mujeres, que esperaban el repicar de las
campanas de la pequeña capilla anunciando la llegada de la Navidad en
ese pequeño espacio llamado cárcel.
Llegada
la medianoche los brazos de las internas se extendían y las manos se
entrelazaban formando un perfecto mundo, donde solo se aspiraba
reconciliación, unión y paz; era, sin lugar a duda, la magia de la
Navidad.
En aquel breve tiempo de hechizo,
increíblemente existía un sólido deseo: terminar por fin su encierro
para retornar al seno del hogar.
Aquellos
sentimientos encontrados, carencias de afecto familiar, risas
convertidas en llanto, promesas con dolor y soledad, nos enseñaban que
alcanzar en la vida una continua fiesta en el alma es simplemente tener
una buena conciencia.
No me imagino cómo serán
las doce de la noche en otras prisiones del mundo, solamente la viví en
una de nuestras cárceles, y pese a los mejores esfuerzos de los
funcionarios y trabajadores penitenciarios que entregaban su afecto y
trabajo con esmero y dedicación, era inevitable sentir un profundo dolor
por aquellos seres que equivocaron su camino.
¿Cuántas
navidades tendrá que resistir un ser humano en la soledad y el olvido
de su propia prisión? No solo la que por su extravío tenga que pagar,
sino también por la indolencia de los que descuidan su función en el
campo de la justicia.
Faltando pocos días para
la llegada de una nueva celebración cristiana, donde nos encontramos
abocados en los preparativos de este festejo, con el decorado de luces y
árboles de todos colores y diseños, las compras de regalos desde una
pelota a un automóvil y la más copiosa cena; quizá olvidamos el
significado principal de la Navidad: amor a la humanidad.
Reflexionemos
entonces por los que sufren, por los que en el alma llevan la dolorosa
espina de algún remordimiento, por los hijos de los prisioneros que tal
vez pasan hambre y afecto, por las madres que cargan en silencio sus
penas, por los hijos que esperan el perdón de sus yerros, y por aquellos
que no tienen una mano piadosa ni un corazón amigo tras los barrotes de
una fría celda.
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