
A
todos consta que los legisladores se subieron los sueldos. Que han
pretendido enmascarar la inconducta bajo distintos membretes o
etiquetas, poco importa, el crimen en un país en que los profesores y
médicos ganan una miseria en parangón con aquellos, los desnuda en su
miserable y patética realidad. No obstante, pocas veces, admitimos una
lacerante y objetiva visión: el Congreso es el compendio de todos las
taras y una que otra virtud ambientes en la nación.
Años atrás, desde Liberación, cuando su
piloto principal era César Hildebrandt, me permití ensayar la fórmula de
una pira gigantesca que incluyera, sin duda alguna, a los legiferantes,
a las tropas de asesores y legiones de secretarias para acabar con la
mugre que a finales de los 90 infestaba Plaza Bolívar. Esta fórmula, sin
ser la mejor, hoy ganaría muchísimos adeptos.
Cerrar el Congreso constituye una
aberración anti-democrática y un remedio peor que todas las enfermedades
que le corroen desde hace decenios. No sólo enfrentaría la opinión
contraria internacional sino que nos retrocedería a niveles de sentina y
vulgaridad asqueantes.
¿Es importante el Congreso en el Perú?
Tengo la impresión que millones de personas no saben para qué sirve, a
quiénes es útil y hasta me atrevería a decir que gran parte de la
población peruana vive, categóricamente al margen de lo que puedan
decidir, discutir o pergeñar los inquilinos precarísimos del Parlamento
unicameral que padecemos.
El jefe de Estado, Humala, refiriéndose a
una comisión, otra más, contra la corrupción, dijo las siguientes
palabras: “si es del Congreso, peor”. Inequívoca expresión de cuánto
valor atribuye él a su Poder Legislativo. Que Daniel Abugattás afirmara
que se presentan las condiciones para poner candado a la institución de
que fue presidente, puede parecer un dislate, de repente, pero no es una
casualidad. Es lo que llaman los franceses un balón de ensayo.
La pregunta sigue firme cuanto que
insolente: ¿Qué hacemos con el Congreso? ¿Tirar huevos de repudio a sus
integrantes, como ha ocurrido según la foto que mostramos? ¿linchar a
sus 130 integrantes? ¿revocarlos sin mecanismo apropiado y reglamentado?
¿quemarlos en pira gigante según humorística tesis de pocos lustros
atrás?
Otra pregunta apropiada: ¿qué enseñan
los clubes electorales sobre qué es el Congreso y para qué sirve? En
estos antros de inmoralidad se da por hecho que el Parlamento es un
objetivo comercial para negocios múltiples y que paga en cinco años
cualquier inversión, por tanto, los que tengan dólares o euros que
alisten las remesas para comprar el “derecho” a postular y,
eventualmente, a ganar.
Por ejemplo: ¿hay alguna expresión
institucional de condena categórica, solicitud de denuncia penal y
enjuiciamiento de la ministra Ana Jara por haber cometido el desmán de
que es protagonista aprovechando las facilidades parlamentarias? ¿Acaso,
que haya devuelto S/ 77 mil borra, por arte de birlibirloque, la
comisión de un crimen que debió ser puesto de oficio ante la justicia
penal?
El Congreso no se respeta a sí mismo.
Una sola y tremenda prueba: los parlamentarios, cuyo oficio es hablar y
exponer, tienen limitaciones de tiempo para la exposición de sus ideas e
iniciativas, les apagan el micrófono cuando se “pasan” del lapso
permitido y entonces estos legisladores no comprenden que hay algo que
se llama dignidad y que por allí deberían comenzar pulverizando
regulaciones arbitrarias y bárbaras. Una cámara política no es una
división empresarial que se maneja a timbrazos o consignas.
La foto expresa un repudio ciudadano
manifiesto y estentóreo pero que a los congresistas NO importa un bledo.
¿Por causa de qué? Por la simple razón que ya apuntaba con filuda
pluma, decenios atrás, Manuel González Prada:
“El congresante nacional no es un hombre
sino un racimo humano. Poco satisfecho de conseguir para sí
judicaturas, vocalías, plenipotencias, consulados, tesorerías fiscales,
prefecturas, etc; demanda lo mismo, y acaso más, para su interminable
séquito de parientes sanguíneos y consanguíneos, compadres, ahijados,
amigos, correligionarios, convecinos, acreedores, etc. Verdadera
calamidad de las oficinas públicas, señaladamente los ministerios, el
honorable asedia, fatiga y encocora a todo el mundo, empezando con el
ministro y acabando con el portero. Vence a garrapatas, ladillas, pulgas
penetrantes, romadizo crónico y fiebres incurables. Si no pide la
destitución de un subprefecto, exige el cambio de alguna institutriz, y
si no demanda los medios de asegurar su reelección, mendiga el adelanto
de dietas o el pago de una deuda imaginaria. Donde entra, saca algo. Hay
que darle gusto: si de la mayoría, para conservarle; si de la minoría,
para ganarle. Dádivas quebrantan penas, y ¿cómo no ablandarán a
senadores y diputados?”.
Mal incurable y nacional, el Congreso es
el compendio de las añosas indefiniciones e ignorancias de la
nacionalidad peruana. He allí una verdad por analizar, desentrañar y
derrotar con imaginación y mucha lealtad a la ética, virtud, hoy por
hoy, absolutamente desterrada de los Congresos de los últimos 30 ó 35
años.
Por : Herbert Mujica Rojas
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