Entre 1570 y 1575 se lleva a cabo en el Virreinato del Perú una de las obras de creación de ciudades más importantes en la historia de la humanidad. En sólo cinco años el Virrey Francisco de Toledo viajó por gran parte del Virreinato del Perú fundando poblados que permitirán concretizar lo que había sido un objetivo desde las primeras décadas de la creación del Virreinato: promover el vivir “políticamente”, esto es, en comunidad, en ciudades, a los habitantes de estas regiones. En estos poblados, el edificio de la iglesia tendrá una presencia fundamental, en tanto hito de la ciudad, lugar de encuentro de la comunidad y expresión de lo mejor del encuentro de culturas. La iglesia y el pueblo de San Pedro de Carabayllo, en Lima, son un ejemplo de ello.
SAN PEDRO DE CARABAYLLO
El pueblo de Carabayllo está ubicado al N.E. de la capital, de la que dista cinco leguas. Este pueblo, que “conoce de existencia todo el tiempo de la conquista” (Córdoba y Urrutia 1839: 98) fue reconocido oficialmente como reducción indígena sólo después de 1570, ya que según la Dra. Rostworowsky: “durante el gobierno del Virrey Toledo se fundó el pueblo nuevo de San Pedro de Carabayllo, situado en la margen derecha del río Chillón” 1977: 75.
En él se recogieron los habitantes del valle, correspondientes al Señorío de Colli, siendo la
s diversas etnias agrupadas las de los Colli, Carabayllo, Chuquitanta, Sebillay, Sutca, además de Guancayos, Micas, Missais y Guarauni, según consta en un expediente de Tributos del Corregimiento del Cercado de 1629 (BN A-443) (ibidem) y que fueron “habitantes de los pueblos destruidos nombrados Chuquitanta, Guancané, Comas y Colliqui” (Córdova y Urrutia: ibidem).
Hacia fines del siglo XVI San Pedro de Carabayllo contaba con una población de “sesenta indios tributarios y ocho reservados y doscientos indios de confesión y doscientas cuarenta y cinco ánimas chicas y grandes” (Diario de la Segunda Visita Pastoral que hizo de su Arquidiócesis el Ilustrísimo Señor Don Toribio de Mogrovejo, Arzobispo de Los Reyes. 1593).
Parece que hacia 1629 la población había descendido “pues Vásquez de Espinoza en 1629 afirmaba que eran sólo 46 (párrafo 1832)” (Rostworowsky: Loc.cit.) los indígenas tributarios.
A fines del siglo XVII,
“en 1692, el pueblo contaba con ciento veinticinco ranchos y un considerable número de habitantes, pero en aquella época los indígenas carecían de tierras: poco a poco las habían perdido debido a la codicia de los hacendados, y sus chacras fueron a engrosar los fundos del valle, en perjuicio de los naturales (B.N. C-3422 62r)”(op.cit.: 76).
Durante todo el período del virreinato, y a pesar del acecho de las haciendas, el pueblo logró subsistir y desarrollarse gracias a que “en ese entonces el Camino Real de Trujillo a Lima , llamado también Camino Real de los Llanos, pasaba por él, y este hecho daba movimiento a la población” (op.cit.:75)
Con la creación del ferrocarril Lima-Ancón, en la segunda mitad del siglo XIX, que seguía la ruta de la actual carretera Panamericana al norte, el pueblo quedó aislado de la vía por lo que la población decidió trasladarse a un punto más próximo al paso del ferrocarril, despoblándose Carabayllo progresivamente y surgiendo el poblado de Puente Piedra.
Con la aparición de la carretera, la antigua reducción quedó apartada de Lima, y recién se ha vuelto a tener fácil acceso gracias a la pista que se concluyó hace unos lustros y que justamente pasa por detrás de la iglesia del pueblo, encontrándose en el camino a Guarangal, donde se ubicó la Central Atómica del Perú, y con motivo de lo cual se construyó la vía mencionada.
Carabayllo tenía un anexo, que en en las “Guías” de Cosme Bueno de 1764 aparece como Lancón y que correspondería a Ancón, caleta de pescadores al N.O. de Lima, de donde dista seis leguas camino a Chancay, en un paraje en el cual forman los cerros una ensenada en forma de herradura, resguardando la playa de vientos del sur. En 1839, decía Córdova y Urrutia que “sus habitantes que son en número sesenta y tres indígenas, treinta y tres hombres y treinta mujeres están dedicados a la pesca” (Córdova y Urrutia, 1839:100)
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